Relatos

«La memoria» de Agosta Kristof.

By 20 de julio de 2022febrero 26th, 2023No Comments

“La memoria” de Agota Kristof.

Tomado del relato autobiográfico “La Analfabeta”.
Agota Kristof es húngara, migró a Suiza, aprendió el francés.
Nació en 1935 y falleció en 2011.

Agota Kristof- Blog Latitudes

Tomamos la foto de un artículo de “El País” publicado en abril de 2015. Clic para leer.

Me entero por los periódicos y la televisión de que, atravesando la frontera Suiza clandestinamente en compañía de sus padres, ha muerto de frío y de agotamiento un niño turco de 10 años. Quienes los pasaban los dejaron cerca de la frontera. No tenían más que seguir recto hasta el primer pueblo suizo. Caminaron durante varias horas a través del bosque y la montaña. Hacía frío. Al final, el padre cargó con el hijo a su espalda. Pero ya era demasiado tarde. Cuando llegaron al pueblo, el niño había muerto de cansancio, de frío y de agotamiento.

Mi primera reacción es como la de cualquier suizo: «¿Cómo se atreve la gente a aventurarse en viajes así con niños? Tanta falta de responsabilidad es inadmisible». La reacción es violenta e inmediata. Un viento frío de finales de noviembre penetra con violencia en mi habitación bien caldeada, y la voz de mi memoria se eleva en mi interior con estupefacción: «¿Cómo? ¿Te has olvidado de todo? Tú hiciste lo mismo, exactamente lo mismo. Y tu hija era casi una recién nacida».

Sí, me acuerdo.

Tengo 21 años. Estoy casada desde hace dos años y tengo una niñita de cuatro meses. Atravesamos el límite entre Hungría y Austria una noche de noviembre, precedidos por un pasador de fronteras. Se llama a José, lo conozco bien.

Somos un pequeño grupo compuesto por una decena de personas, varias de las cuales son niños. Mi hijita duerme en los brazos de su padre, y yo llevo dos bolsas. En una de las bolsas hay biberones, pañales, ropa para cambiar al bebé; en la otra, diccionarios. Caminamos en silencio detrás de José durante más o menos una hora. La oscuridad es casi total. A veces proyectores y cohetes lo iluminan todo; oímos petardos, tiros. Luego regresan el silencio y la oscuridad.

Al final del bosque, José se detiene y nos dice: 

— Estáis en Austria. No tenéis más que caminar recto. El pueblo no está lejos. 

Abrazo a José. Todos le damos el dinero que tenemos, al fin y al cabo este dinero no tienen un ningún valor en Austria.

Caminamos por el bosque. Mucho rato. Demasiado rato. Las ramas nos araña en la cara, caemos en los ojos, las hojas muertas nos mojan los zapatos, nos torcemos los tobillos con las raíces. Encendemos algunas linternas, pero solo iluminan pequeños círculos; y los árboles, siempre los árboles. Sin embargo, ya tendríamos que haber salido del bosque. Tenemos la impresión de estar caminando en círculo.

Un niño dice: 

— Tengo miedo. Quiero volver. Quiero ir a la cama.

Otro niño llora. Una mujer dice: 

— Estamos perdidos.

Un muchacho dice:

— Detengámonos. Si seguimos así, volveremos a encontrarnos de nuevo en Hungría, si no lo estamos ya. No os mováis. Voy a ver.

Sabemos lo que quiere decir “encontrarnos de nuevo en Hungría“: la cárcel por haber atravesado ilegalmente la frontera, e incluso los disparos de los guardias fronterizos rusos borrachos.

El muchacho sube un árbol. Cuando baja, dice: 

— Ya sé dónde estamos. Me he guiado por las luces. Seguidme.

Le seguimos. Pronto, el bosque se va aclarando y marchamos por fin por un camino de verdad, sin ramas, sin hoyos, sin raíces.

De repente, una luz potente nos ilumina y una voz dice:

— ¡Alto!

Uno de los nuestros dice en alemán.

— Somos refugiados.

Los guardias fronterizos austriacos contestan riendo:

— Nos lo imaginábamos. Venid con nosotros.

Nos llevan hasta la plaza del pueblo. Allí hay un montón de refugiados. Llega el alcalde:

— Los que tengan niños, que dan un paso hacia delante.

No se alojan en la casa de una familia de campesinos. Son muy amables. Se ocupan del bebé, nos dan de comer, nos dan una cama.

Curiosamente, son pocos los recuerdos que conservo de todo aquello. Es como si todo hubiera sucedido en un sueño o en otra vida. Como si mi memoria se negara a recordar ese momento en el que perdí una gran parte de mi vida.

Me dejé en Hungría mi diario de escritura secreta, y también mis primeros poemas. También dejé a mis hermanos, mis padres; sin avisarles, sin despedirme de ellos, sin decirles adiós. Pero sobre todo, ese día, ese día de finales de noviembre del año 1956, perdí definitivamente mi pertenencia a un pueblo. 

“La Analfabeta” fue una de las fuentes de inspiración para escribir el guión del KM22 del podcast narrativo, Latitudes. Puedes escuchar a viva voz, un fragmento de este relato al final del siguiente video de YouTube.

Latitudes es un proyecto de contenido de valor, y con valor, queremos decir contenido valiente que construye, cultiva, enriquece e imagina.

Leave a Reply